Identifica y elimina tus creencias limitantes
No será novedad para ti si te menciono que, ya desde pequeños, vamos incorporando afirmaciones del día a día que luego nos traemos a la vida adulta como principios inamovibles que ni se nos ocurre cuestionar. Y al final, algunas de ellas, se convierten en bases sobre las que construimos otras creencias. Que tampoco cuestionamos.
Son verdades absolutas, inamovibles.
Que, en realidad, tienen la misma substancia que el aire dentro de un globo: no resistirían ni un segundo si las pincháramos con un alfiler.
Así que hoy quiero proponerte que lo hagamos juntos, que nos animemos a revisar esas creencias que un día tomaste como propias y que, hasta ahora, solo han contribuido a sumarte limitaciones a tu vida.
Y, de hecho, es sencillo de hacer si tienes la predisposición de soltar, porque con solo someterlas a comprobación se desmoronan como un castillo de arena con la primera ola.
¿Crees que no puede ser tan sencillo? Pues te lo demostraré a través de una experiencia personal.
Verás que te hará sentido.
Durante toda mi vida, desde pequeña, he crecido acompañada de la nube gris de mi torpeza física para los deportes, el ejercicio físico en general e, incluso para intentar movimientos ágiles en el día a día. Esa era una verdad como un templo para mí.
Tampoco es que pudiera afirmar que fuera diestra en lo psicomotor, aunque lo cierto es que para cuando se me colocó el «San Benito» de la torpeza es probable que yo no tuviera el tamaño suficiente para sujetarlo. Y es una etiqueta que, al día de hoy, me sigue nublando.
Ojo, que en este punto quizá te sorprenda lo que voy a decirte, pero es genial tenerla, porque me reta a comprobarlo en cada instante que puedo para evitar perpetuarla en su pedestal de certeza.
Incluso de pequeña ya tenía suficientes motivos para deshacerme de ella, porque practiqué todo tipo de danzas: clásica, flamenca, contemporánea…Pero aun así me mantuve bajo el halo de esa torpeza preadquirida. Sobre todo, porque le asignaba más peso a aquello que no conseguía hacer, como saltar el potro, el plinto o cualquier otro instrumento de educación física de la EGB española, que a cualquier otra pirueta que me saliera bien.
Pasara lo que pasara, la creencia se las ingenió para abrirse camino y perdurar hasta la vida adulta.
Pero luego sucedió algo que hizo que esta etiqueta se tambaleara. Fue cuando estaba merendando con mi hija mayor, ya embarazada del más pequeño, y el mediano decidió que era buena idea hacer equilibrio sobre una viga que pasaba por arriba de una piscina en obras a medio llenar. Te imaginarás lo que sucedió: mi hijo cayó al agua y sin saber nadar.
Habrá sido el instinto, el susto o vaya a saber uno qué, pero apenas escuché el “chof” del niño en el agua, salte de la silla mientras llamaba a gritos a su padre igual que Pedro Picapiedra lo hacía con su amada. En el camino salté una barandilla, tres escalones de una zancada, corrí algunos metros y me tiré al agua entre mis propios “chof, chof” hasta tenerlo en mis brazos y sacarlo. Todo con 20 kilos que me había acoplado durante el embarazo, ¿a dónde había quedado la Lola torpe?
Desde aquella vez, aunque la duda siempre me acompaña, no he dejado pasar oportunidad de comprobar que podía salirme de la etiqueta sin problemas.
Claro que no siempre me es fácil evitar que algunas torpezas se empeñen en recordarme que “no soy buena para esto o aquello”, pero ahora tengo muy claro que no por ello dejaré de comprobar que puedo salirme del papel.
En definitiva: no dejo que la creencia se apodere de mí.
Solo por ponerte un ejemplo concreto. Hace poco tiempo, y con la motivación que me traía el recuerdo de la piscina, me vine arriba con la postura del cuervo en yoga sin siquiera dudarlo. Aunque en este caso la comprobación no tuvo el mismo éxito…Y a pesar de ello puedo ver la experiencia con cariño y hasta con humor. Ya no abrazo aquella creencia que tome de pequeña como si fuera mía.
Aunque, por encima de todo, la he quitado de la categoría de absoluta o inamovible, lo que me permite experimentar y evitar ser presa de limitaciones.
Y a esto mismo es que te quiero invitar.
Dime: al día de hoy ¿qué es lo que tú crees que no puedes lograr, hacer o superar? Piensa: ¿ya lo tienes?
Bien, ahora te propongo cuestionar todo ese repertorio de creencias. Cuanto menos estarás ante la posibilidad de deshacerte de matices de tu identidad que, más que definirte, te limitan y te impiden conocerte en plenitud.
Para dar el primer paso puedes elegir aquella que más te pese, la que más te repita tu entorno o aquella que sientes que hoy te está frenando en algún aspecto. Tú decides. ¿Te animas a revisar tus límites?
Adelante.