Los dos trucos que te alejan de la preocupación constante
Apuesto a que algunas, sino todas, de estas frases forman parte de las más usadas en tu semana:
«Voy tirando».
«Estoy, que no es poco».
«Siempre hay algo».
«No me lo puedo quitar de la cabeza».
Son tópicos tan usados que ya se han hecho expresiones típicas, tradicionales, las dices casi sin darte cuenta, tal como si fuera un suspiro.
Aunque no es la razón por la que las menciono. Es porque detrás de todas ellas se oculta un sentimiento al que te has acostumbrado y que es fuente de sufrimiento: la preocupación constante.
Y es que hemos dado por sentado que no es posible estar bien cuando siempre hay algo que reclama nuestra atención. No tanto porque así suceda, sino por la necesidad de sentir control.
Aunque va un poco más allá: es la creencia de que si ocupas tu tiempo preocupándote de algo es sinónimo de que estás en control de esa situación, es como si sostener un bandeja con 30 copas con cara de preocupación implicara que de verdad te estas ocupando de que no se te caigan, si lo haces con cara relajada y soltura pareciera que te da lo mismo ¿ves la situación? Solo si te preocupas estás haciendo algo al respecto.
Pero, ¿crees, de manera sincera, que la preocupación te da un mayor control? No, no lo hace. De hecho sucede todo lo contrario.
Preocuparte solo impide que te ocupes, ¿de qué? Pues de lo que toque en el momento presente.
Desde ese otro lugar, que puede ser futuro, algo como «si no resuelvo esto ocurrirá que [cualquier escenario catastrófico]», o pasado: «ya me sucedió antes, y ahora no dejaré que [recuerdo de escenario catastrófico] ocurra», desde allí lo único que experimentas es miedo. El querer controlar lo que no está en tus manos surge desde este sentimiento.
¿Crees que exagero?, ¿qué en tu caso es diferente?, veamos tres ejemplos y luego me dices.
1. Cuando estás pendiente de que algo que no está en tus manos suceda, pero te preocupas como si pudieras hacer algo al respecto.
¿Cuántas veces corroboraste si habías visto, leído y contestado el mismo mensaje? ¿O cuán seguido has llegado a mirar el reloj o el teléfono solo para comprobar que no habían pasado más de 30 segundos desde que enviaste ese mensaje y no te contestó? Como si por mirar el tiempo pasara más rápido, o como si tu mirada tuviera el poder telepático de darle un codazo a la persona en cuestión para que se anime a ver y responder.
Pues no funciona así, ya lo sabes. A pesar de ello te mantienes en vilo sin hacer nada, y es lógico: no hay nada que tú puedas hacer.
Y, ¿por qué es tan difícil asumir que en ese momento solo puedes ocuparte de lo que sí está en tu mano y en tu momento presente?
2. Cuando llenas tu cabeza de cientos de posibilidades terribles justo antes de tomarte un periodo de relax.
Al igual que un gran desfile de moda, en el que pasa un modelo tras otro, los pensamientos hacen fila para dejarte la cuota de preocupación necesaria que te permita no ocuparte de lo que en realidad corresponde en ese momento, que es disfrutar.
Te llega un correo o mensaje a última hora del último momento antes de un periodo vacacional o del fin de semana, ¿qué hace tu mente? Se inventa un enorme abanico de situaciones, (la mayoría con terribles desenlaces), contemplando lo que aquella persona habrá querido decir, cómo lo vas a afrontar, qué puedes hacer para minimizar las consecuencias negativas. Puedes pasarte días así, sin permitirte disfrutar, porque si lo haces no te estarás ocupando de preocuparte como debes hacerlo.
Y cuando por fin llega el lunes, y tú con el corazón a mil revoluciones por minuto, vas con todo tu armamento protector para afrontar la catástrofe que habías vaticinado, y el coprotagonista de tu historia te mira con cara de «Oye, ¿quién ha muerto?»; tú, lejos de disfrutar del alivio de saber que todo está en su lugar, te envuelves en un bajón de energía porque te habías preparado para otro desenlace. Ahora tienes que preocuparte de que te habías preocupado de más. Siempre hay una buena excusa para preocuparte ¿cierto?
3. Cuando te preocupas de lo que puede haber pensado otra persona sobre la base de nada.
Mandas un mensaje a alguien que no te contesta. Es una situación normal, pero tú empiezas a dar vueltas. ¿Habré dicho algo inoportuno?, ¿se habrá molestado?, ¿habrá dejado de apreciarme por ello?, ¿o será que le habrán dicho algo que haga que me mire de otra forma?
Y por supuesto, luego te enrollas aún más diseñando las múltiples opciones que tienes para asegurarte de que te disculpe (no sabes de qué, pero no importa eso), incluso hasta evalúas la opción de terminar la relación para siempre, después de todo se te ocurren por lo menos trescientas razones por las cuales –luego de esto, si se lo toma así- ya no podéis continuar vuestra amistad.
¿Qué dices entonces?, ¿se parecen a situaciones que tú vives bastante seguido?
Pero lo que es más importante: no tienes que vivir así, no necesitas vivir así, porque además ni es sano ni te permite disfrutar de tu vida.
Siendo coherentes con lo que te he dicho hasta aquí, te propongo ocuparte de este miedo permanente (en vez de preocuparte), para que deje de acorralarte y para que consigas desactivar todos esos argumentos lógicos que a la vez son irreales por lo desproporcionados.
Y sí, se trata de miedo. ¿A qué? A tu propia capacidad de adaptarte a las distintas situaciones, es también falta de confianza en que serás capaz de vivir la vida tal cual venga, con lo que toque. Cuando, en realidad, con solo cambiar el enfoque, no solo podrías dejar de preocuparte sino que te abrirías a la posibilidad de estar bien.
Estar es la palabra clave, porque es presente, y ya con que empieces por lograr eso desaparece gran parte del miedo.
Míralo así: piensa en ese tema que te ha mantenido con preocupación constante en el último tiempo, ¿qué pasaría si toda esa energía despilfarrada en los mil y un supuestos mentales la tuvieras ahora para ti, para estar lo mejor posible? A que sería estupendo.
O si vieras esa energía como el dinero o saldo con que cuentas para tu día a día, ¿lo despilfarrarías así sin razón?
Para ayudarte a cuidarte y optimizar los recursos que tienes te comparto dos trucos que les doy a mis pacientes en consulta:
MANTÉNTE PRESENTE: decide a cada instante y de manera consiente llevar la atención a lo que realmente sucede en este momento. Al principio puede parecer un trabajo arduo, pero con el tiempo se convierte en un hábito casi automático.
SUELTA EL MIEDO: o dicho de otra forma: deja de aferrarte a él. Confía en ti, en tu intención, en lo que sabes que sabes y en lo que no sabes que sabes.
Estos dos trucos que son simples, aunque es cierto que pueden no ser tan sencillos al inicio, te permitirán cambiar la preocupación por la acción, te ocuparás más y te enrollarás menos. Llamémoslo PROCESO DE SOSTENIBILIDAD MENTAL para lograr la optimización de tus recursos y vivir en la plenitud que solo concede permanecer en el momento presente.
¿Quieres intentarlo? Adelante, te leo en los comentarios.