Este es el mejor remedio para la ansiedad, y lo tienes al alcance de tu mano

Es un hecho, hoy en día aceptamos como normal sentir ansiedad o estrés, lo asumimos con la misma naturalidad con que asumimos el hambre, solo que a diferencia de este último, la ansiedad puede convertirse en algo limitante y tan relevante que empaña casi todo tu día sin que te des cuenta de ello.

Imagina que es una piedra en el zapato, una muy pequeña, pero que cada vez que caminas sientes que está allí llevándose una parte de tu atención.

Sea como sea, y cualquiera sea su intensidad, es una compañera que ni tú ni nadie desea tener.

Y hoy te voy a mostrar la manera de entender la ansiedad, incluso hasta el punto de que podrás reconciliarte con ella para que -si por fin te decides- puedas caminar sin piedras en tus zapatos.

La ansiedad, en tu salud psicológica, cumple la misma función que la fiebre en la salud física, pues indica que allí hay algo para revisar que no está nada bien, y al igual que con ella, si solo tratas el síntoma, no estarás resolviendo nada, solo ganarás algo de tiempo.

Aunque mis pacientes, tú y yo lo sabemos: poner foco en querer calmar la ansiedad, nada más la hace más grande y omnipresente.

Tal como con la fiebre, la ansiedad puede aparecer de forma muy leve al principio, como si fueran unas décimas en el termómetro que alcanzan para que –aunque sigas con tu programa diario –la energía se vea mermada.

Es esa sensación de que, todo cuesta un poco más, al punto que hasta concentrarte en una pequeña tarea puede suponer un desafío. Sé que entiendes a qué me refiero, y quizá quienes te rodean no se den cuenta, pero tu bien sabes que te pasas todo el tiempo luchando contra una fuerza invisible que intenta inmovilizarte.

Es desgastante.

Mientras que esto ocurre, y muy a pesar de que tú quieras seguir con tu vida como si no estuviera o como si no pasara nada, las “décimas” siguen en ascenso de manera muy progresiva, hasta obligarte a parar, ya sea en cuestión de horas, días, semanas o meses… Lo cierto es que sucederá.

Al final, quieras o no, tendrás que parar, así que cuanto antes lo hagas, mejor será para ti. ¿Qué piensas?, ¿tiene sentido para ti?

Hay otros casos en los que la ansiedad puede llegar de modo brusco y descontextualizado, y es tan fuerte que puede impedirte seguir con tu vida, te pones en alerta permanente como si estuvieras en una constante situación de peligro. Y eso te inmoviliza por completo.

Ya sea que llegue de forma súbita o de a poco como una fiebre, la ansiedad tiene el enorme potencial de impedir que vivas tú día a día como solías hacerlo.

Y de alguna forma, este impacto de sentir lo ansiógeno en tu cuerpo y mente, despierta el instinto de salir corriendo en la búsqueda de algo que lo haga desaparecer, o que al menos lo calme, lo silencie. Esa necesidad de salir del lugar en el que estás ahora, termina siendo una huida que no sirve de mucho, porque más temprano que tarde te das cuenta de que por más que huyas, la ansiedad siempre está un paso delante de ti acechando. Y eso hace que el miedo no abandone tu cuerpo ni te dé respiro.

En cada caso la ansiedad es diferente, puede ir desde el susto y ya, hasta llegar a un nivel de respuesta crónica generalizada, porque aunque te encuentres con control farmacológico, las alertas en el cuerpo igual se hacen sentir. Incluso antes de esa respuesta crónica puedes sentir picos de alerta que van y vienen.

Porque la ansiedad, aunque la intentes silenciar, sigue allí.

Luego de esta experiencia la vida no vuelve a ser como antes, queda una huella, como un mal recuerdo que puede sentirse más o menos intenso por momentos, en función de situaciones que te toque vivir.

Aunque, para lo que quiero compartir contigo aquí da igual el punto en el que estés, lo importante es que entiendas este único concepto: la ansiedad trae un mensaje y no parará, a menos que la escuches; te está avisando de algo con lo que ya no puedes más.

Justo por eso la huida no es una buena idea.

En cambio, la mejor opción, la que puede darte la solución definitiva, implica todo lo contrario: frenar tu carrera de escape, darte vuelta y mirarla de frente. Desde allí, en esa posición, el siguiente paso es tal como dice el refrán “si no puedes con tu enemigo, únete a él”.

Y la forma en la que lo conseguirás es haciéndote de forma sincera y profunda esta pregunta: ¿de qué no quiero más?

Prueba decirlo en voz alta: ¿De qué no quiero más?

Sí, lo sé es una pregunta que conlleva catarsis y debes aceptar que eso es parte del proceso de liberación que empieza con la respuesta que obtengas. 

Ese es el inicio de tu nueva relación con esa ansiedad a la que ya dejarás de ver como una enemiga. Incluso podrás sentir que es esa amiga que te avisa cuando algo no anda bien, ya sea que se trate de límites que has sobrepasado, frustraciones, miedos o cualquier otro aspecto de ti que necesite de tu atención.

Te sorprenderá experimentar el conocimiento de ti mismo que obtendrás a través de esta nueva amiga.

Porque, de hecho,  esa ansiedad es tuya y por eso también es tu amiga, eso desagradable que sientes cuando aparece también es tuyo y la emoción que viene luego también lo es.  

A partir de ahí puedes elaborar tu camino de crecimiento gracias a la tan temida, aunque ahora abrazada, ansiedad.

Así que adelante, te invito a hacerte la pregunta que te mencioné antes: ¿de qué no quieres más?

Recoge eso que se libera en ti, porque allí es donde reside la respuesta, te mostrará la necesidad de revisar tus decisiones, te obligará a salir de la inercia, de la repetición y, al final, del piloto automático.

Y mira la paradoja: después de que te ha frenado durante tanto tiempo, ahora te ayudará a avanzar resolviendo aquello que ha venido a mostrarte. Verás que todo lo que viene después es una mejor forma de vivir tu realidad, que va a requerir todo el nivel de conciencia que la pregunta de qué no quieres más  ya ha puesto en marcha en ti.

Si lo deseas, puedes compartir conmigo el resultado del trabajo propuesto.